El apartamento era solitario, no se percibía vida ahí dentro, la sala descuidada, la cocina sin comida, las habitaciones vacías, pero, hay un sonido que sobresale de entre el ruido de la ciudad, el sonido del agua corriendo, proviene del baño, se oye el cierre de la corriente de agua, pocos minutos después una persona emerge de ahí.Un joven un poco mayor de los veinte, rubio cabello que cae suelto sobre su cuerpo, llega más allá de sus hombros, le da un aire delicado, etéreo, a la imagen; su cuerpo, fino pero fuerte, pueden verse en el varias cicatrices productos de años de esfuerzo en su trabajo como detective; las gotas de agua resbalan desde su cabello, caen por su rostro, ahí lucen sus ojos, de un azul tan puro como el hielo, un cansancio agotador, las gotas siguen cayendo por su torso ligeramente asoleado, aun ahora puede verse rastros de su antaño tono blanco de piel, las gotas llegan a su vientre liso y de suave apariencia en el que se plasma una imagen, no cualquier imagen, su marca de nacimiento.Era un hermoso fénix, no el clásico fénix occidental, sino un fénix chino con su variopinto plumaje, su majestuosa cresta y su magnífica y larga cola.La presencia del joven se desvanece rápidamente en una de las habitaciones de donde sale nuevamente en poco tiempo vistiendo como usualmente lo hace, de jeans y camiseta; toma un paquete que había sido puesto con anterioridad en una de las mesas, puede verse el logotipo de la pastelería de la que proviene.Así una vez más, sale evitando su propia soledad, dirigiéndose a Chinatown, en específico, a la tienda del conde D, lugar al que se había acostumbrado, con seres a los que apreciaba aunque su orgullo y cordura le impidieran decirlo en voz alta; la verdad sea dicha, solo ahí podía evitar ahogarse en su propia realidad, esa realidad de no tener a nadie cerca, ni siquiera a su pequeño hermano Chris, al que adoraba con locura, pero no podía dejarse tenerlo cerca más tiempo sin que fuera peligroso, sobre todo con los rumores que llegaban a su trabajo de nuevas mafias inmiscuyéndose en la ciudad, no, no podía tener a Chris cerca, si lo encontraban lo hallarían solo, por eso había pedido a sus tíos que vinieran por él, para tenerlo a salvo.Pronto llego a la tienda de mascotas, D siempre le recibía con esa sonrisa de muñeca de porcelana, que en ocasiones y solo junto a su querido detective se hacía real, aunque eso fuera algo que nunca le diría, tenía un trabajo y una gran responsabilidad para con los animales de la tienda, no podía permitirse una debilidad así y aunque le pesara su querido detective seguía siendo un humano incapaz de ver el verdadero mundo que era su tienda.Para todos quizá siempre sería un secreto el que León siempre había visto y oído el mundo que D tenia dentro de su tienda, pero, siempre era mejor fingir, fingir no saber que de alguna forma él mismo era parte de ese mundo lleno de magia e ilusiones, quizá por miedo a esa jaula de oro, sabiendo que una vez dentro no podría o no querría escapar; quizá su miedo era enfrentarse a la verdad, a esa verdad que se negaba a reconocerse, esa verdad que le traía una y otra vez a la puerta de esa tienda a pesar de todo.Pronto los bocadillos y el té estuvieron en la mesa, el conde con su imponente presencia, la plática comenzó como siempre, un sarcasmo iba y otro regresaba, los comentarios dulcemente ácidos llenos de la tensión que había entre los dos participantes.
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